miércoles, 26 de octubre de 2011

[en un hotel]



Me gustó aquella sensación… agradable… cálida… a la vez que irresponsable y tenaz…

Entré en aquel hotel a media tarde, después de haber acabado mi trabajo, un gran hotel clásico, glorioso, de grandes ventanales y puertas de madera, a su vez que envejecido y austero. Caminé por sus pasillos de pinturas y moquetas ajadas por el paso del tiempo, llegué a la entrada del salón después de un largo pasillo. toda su luz era natural por sus monumentales ventanales.

Allí estaba ella, esperando ansiosa a ser vista.  Camuflada entre todas sus iguales me costó advertirla. Charlé con unos y con otras… conversaciones simplonas sin importancia. Una tras otra me iba acercando… y ella ahí estaba, pasando desapercibida.

Apretones de manos, besos en las mejillas, seguía mi camino sin caer en su cuenta, cómo podía pensar que habían pasado al menos dos horas sin fijarme que ella estaba allí. Alguien me dio la alerta: “¿has visto esa?” fijé mi mirada en ella, mis ojos se quedaron clavados sin que nada obstruyera mi camino.

Me acerqué poco a poco, paso a paso, hasta que mis dedos pudieron acariciar su figura. La agarré suavemente con mis manos y la observé con cautela. Mi deseo se acentuó al tocarla… elegante y estilizada percibí como las ganas de sentir mis labios con su esencia crecían en mi interior. Esperé plácidamente observando como su brebaje encandilaba mis sentidos. Por fin llegó el momento, mis labios se hicieron suyos. Sentí como algo carismático, suave y aterciopelado entraba por mi boca acariciando con completo equilibrio mi lengua. Disfruté de aquel momento… majestuoso…

Mi conversación tornó en ella, quería saberlo todo. Sin perder detalle me interesé al máximo en su vida, su procedencia, su cultura, cómo había llegado allí… y cómo era de aquella forma. Deseaba de nuevo aquella sensación en mi boca, sin duda me había dejado huella. Comprendí con los razonamientos su gran porte, una mezcla del paso del tiempo entre lo ruso y lo francés habían dado, sin duda, como resultado aquella singularidad.

         La tomé una vez más en mis manos… y, sin poder remediarlo, me serví una copa de aquel gran vino…

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