Me gustó aquella sensación…
agradable… cálida… a la vez que irresponsable y tenaz…
Entré en aquel hotel a media
tarde, después de haber acabado mi trabajo, un gran hotel clásico, glorioso, de
grandes ventanales y puertas de madera, a su vez que envejecido y austero. Caminé
por sus pasillos de pinturas y moquetas ajadas por el paso del tiempo, llegué a
la entrada del salón después de un largo pasillo. toda su luz era natural por
sus monumentales ventanales.
Allí estaba ella, esperando
ansiosa a ser vista. Camuflada entre todas sus iguales me costó
advertirla. Charlé con unos y con otras… conversaciones simplonas sin
importancia. Una tras otra me iba acercando… y ella ahí estaba, pasando
desapercibida.
Apretones de manos, besos en
las mejillas, seguía mi camino sin caer en su cuenta, cómo podía pensar que
habían pasado al menos dos horas sin fijarme que ella estaba allí. Alguien me
dio la alerta: “¿has visto esa?” fijé mi mirada en ella, mis ojos se quedaron
clavados sin que nada obstruyera mi camino.
Me acerqué poco a poco, paso
a paso, hasta que mis dedos pudieron acariciar su figura. La agarré suavemente
con mis manos y la observé con cautela. Mi deseo se acentuó al tocarla…
elegante y estilizada percibí como las ganas de sentir mis labios con su
esencia crecían en mi interior. Esperé plácidamente observando como su brebaje
encandilaba mis sentidos. Por fin llegó el momento, mis labios se hicieron
suyos. Sentí como algo carismático, suave y aterciopelado entraba por mi boca
acariciando con completo equilibrio mi lengua. Disfruté de aquel
momento… majestuoso…
Mi conversación tornó en
ella, quería saberlo todo. Sin perder detalle me interesé al máximo en su vida,
su procedencia, su cultura, cómo había llegado allí… y cómo era de aquella
forma. Deseaba de nuevo aquella sensación en mi boca, sin duda me había dejado
huella. Comprendí con los razonamientos su gran porte, una mezcla del paso del
tiempo entre lo ruso y lo francés habían dado, sin duda, como resultado aquella
singularidad.
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