viernes, 23 de junio de 2017

Lee el comienzo de "El perfecto Ser imperfecto"

Sinopsis:
       
      


Álex vive en Barcelona. Está enamorado de su amiga Diana que vive en Londres, un amor correspondido. Él está emocionalmente desequilibrado y no se atreve a dar el paso de iniciar una relación seria. Diana pasa unos días en su casa de Premia de Mar, quedan para cenar una noche en su casa y Álex sufre un accidente de coche en el camino. Tras el accidente, Álex, empieza a tener extraños sueños, tan reales, que le hacen pensar que se está volviendo loco. Noé, Julio Verne, Werhner von Braun... y muchos otros, forman parte de una hermandad secreta de la que depende la evolución de la humanidad. En estos sueños viajará en el tiempo y vivirá diferentes aventuras que le harán cuestionarse los orígenes de la vida. Diana, tras escucharle, le aconseja acudir a un psicólogo, y él trata de buscar la verdad.

 

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El perfecto Ser Imperfecto


Ahora, escribo estas palabras en soledad. En una soledad que yo mismo me he impuesto. En este retiro espiritual lejos de todo. Me he encomendado a los cuidados de los hermanos benedictinos en el monasterio de Leyre, en las profundidades del antiguo reino de Navarra.  Busco la verdad en mi interior. Intento encontrarme a mí mismo, descubrir quién soy, quienes somos, y para qué estamos aquí.

En este aislamiento del mundo, busco la paz necesaria para desvelar las incógnitas de la vida. Descubrir cuánto hay de verdad y cuánto es producto del ingenio. Trato de dilucidar los últimos acontecimientos sucedidos en mi vida. Necesito saber si estoy al borde de la locura o si cuanto he vivido es cierto.

Para ello, en este escritorio de mi austera celda, sentado delante de este papel y con un bolígrafo en la mano, relato lo acontecido hasta ahora. Espero con esto, volviendo a revivir lo que creo que me ha pasado, encontrar una luz que abra mi mente… encontrar la verdad, mi verdad…


-1-
Era pasada la media noche. Aquel nuevo programa del canal Discovery en la televisión atraía toda mi atención. Como tantas otras veces me senté delante del portátil a satisfacer mi curiosidad. Tecleé en un buscador aquel nombre que tanto se había dicho en el programa, von Braun. Se abrieron una infinidad de enlaces que hacían referencia a ese nombre. Pinché el primero que me apareció y comencé a saciar mi curiosidad.
Wernher Magnus Maximilian Freiherr von Braun (Wirsitz, Imperio alemán; 23 de marzo de 1912 -Alexandria, Virginia, Estados Unidos; 16 de junio de 1977) fue un ingeniero mecánico e ingeniero aeroespacial alemán, nacionalizado estadounidense en 1955 con el fin de ser integrado en la NASA. Está considerado como uno de los más importantes diseñadores de cohetes del siglo XX, y fue el jefe de diseño del cohete V-2 así como del cohete Saturno V, que llevó al hombre a la Luna.
Von Braun es un personaje muy controvertido, que dedicó su vida al desarrollo de los cohetes para la conquista del espacio, aunque tuviese que ofrecerlos como armas para su desarrollo, cosa que dudó en hacer, como comentó a sus allegados en sus últimos años.
Von Braun se enamoró de las posibilidades de la exploración espacial a través de las novelas de Julio Verne y H.G. Wells.
La página continuaba hablando de su andadura en el ejército nazi y las SS alemanas. Se había alistado en el ejército para así tener acceso al estudio de los grandes cohetes, de hecho, al acabar la guerra hizo públicas unas declaraciones en las cuales decía que le importaba muy poco los objetivos de Hitler, que realmente lo que le importaba era los viajes interplanetarios.
Aquella página no hablaba nada de lo que había visto en el programa de la tele. Era algo muy básico de su vida. Me había picado la curiosidad porque los narradores del programa, quizás un tanto fantasiosos, habían dicho que desde muy niño soñaba con ir a la luna y, von Braun, decía de sí mismo que sería el primero en ir. Cierto es que todos somos duchos en imaginación. Lo que realmente me chocaba era que en su infancia apenas se habían realizado los primeros vuelos sostenidos y controlados por un aeroplano a motor y, gracias a él que se consiguió tal proeza a finales de la década de los 60. El hombre puso el pie en la luna por primera vez el 21 de julio de 1969 gracias a las ideas de la infancia de von Braun.
Era muy significativo, según decían en el programa, que tuviese los datos pertinentes para llegar a la luna muchos años antes de que se empezara a desarrollar ese proyecto espacial. ¿Cómo una persona podría tener los cálculos exactos para llegar a la luna en aquellos tiempos?, teniendo en cuenta los campos gravitacionales y muchas otras cuestiones si todo eran utopías. No era como realizar el trazado de una carretera, o de un puente, aún con todas las complejidades que estas ingenierías pueden tener.
Seguí pinchando enlaces sin ser ninguno más esclarecedor que el otro. Se empezaba a hacer tarde, el sueño comenzaba a apoderarse de mí y decidí que otro día, con más tiempo, buscaría aquel programa por internet y lo vería con más calma. Era mi último día de vacaciones. Estaba pasando unos días en casa de mis padres para descansar después de una temporada de gran carga de trabajo. Había acabado exhausto. Parecía que la recuperación económica empezaba a notarse en el país, quizá la gente ya no tenía tanto miedo como en años anteriores, o ya cansada de tanto reprimirse el bolsillo, después de tantos años de crisis, empezaba a gastar dinero otra vez. Necesitaba dormir. Llevaba días durmiendo poco y a la mañana siguiente tendría que madrugar para coger el coche y volver a mi casa, a mi trabajo.
—Buenas noches papá. No te acuestes muy tarde —le dije a mi padre que había estado viendo la tele conmigo, o mejor dicho yo con él—, si no ya sabes que mamá se levantará con humor de perros de aquí a un rato y te llevará de las orejas a la cama.
Mi madre solía levantarse tres veces a buscar a mi padre. La primera era un aviso. La segunda un toque serio de atención. Y a la tercera lo arrastraba a la cama de una forma u otra.
—No te preocupes. Son muchos años con la misma pelea, tu madre ya me deja por imposible me contestó con una sonrisa en la cara—. Vendrá y se sentará un rato aquí conmigo mientras se fuma un cigarro y me suelta un sermón. Luego me dirá: «No me hagas levantarme otra vez para venir a buscarte».
—Pórtate bien y hazte bueno, haz el favor. No la disgustes, que ya no tenéis 40 años. —Le guiñé un ojo riéndome y me fui a la cama—. Sois grandes personas.
Eso último que le había dicho me entristeció un poco. Mis padres ya pasaban ambos de los 70 años. No iba mucho a casa, y cada vez que iba los veía un poco más ancianos. Me fui a mi habitación intentando sacar esos pensamientos de la cabeza. Puse en mi pequeña tele otra vez el canal Discovery para ver cual era el tema que estaban tratando en ese momento y quedarme dormido.
Siempre he sido un ave nocturna, medio vampiro. Me cuesta mucho dormir por las noches y más aún levantarme por las mañanas. Cuando suena el maldito despertador remolonear en la cama se me da demasiado bien. Cierto es que de vez en cuando me gusta madrugar, salir a la calle, ver como el sol sube en el cielo, como el día se llena de vida y de color. Me gusta sentarme a desayunar tranquilamente en una cafetería a ojear el periódico o, si acaso, llevar un libro, eso si no tengo otra cosa que hacer. Pero eso ocurre contadas veces a lo largo del año.
Aquella mañana, como de costumbre, el despertador perforó mi cabeza. Ganas no me faltaron de seguir durmiendo un par de horas más, pero no podía ser, mis vacaciones habían acabado. Empezaba otra vez la rutina. Fueron unas vacaciones cortas que aproveché para descansar. Sin hacer nada especial. Tan solo me dediqué a leer, algo que me gusta mucho y que desgraciadamente a veces, por trabajo u otras cosas, no consigo sacar suficiente tiempo. Así que fueron unos días de relax y de lectura. Devoré tres libros en una semana. Llevaban un tiempo diciéndome «¡Estoy aquí! ¡Me tienes abandonado!». Me gusta sobre todo leer novela (histórica, de aventuras, fantástica).
Me levanté con los ojos medio cerrados y con unas ojeras que casi pisaba. Seguro que mi madre hacía rato que habría hecho café, para que lo tomara reciente, y me estaría esperando sentada en la cocina como cada vez que me iba temprano por la mañana. Que mal lo pasa mi madre cada vez que vuelvo a marchar. La primera vez que me fui de casa estuvo dos meses sin poder entrar en mi habitación, cada vez que entraba se venía abajo y las lágrimas comenzaban a surcarle las mejillas. Creo que a día de hoy aún no se ha acostumbrado a mi ausencia.
La ducha es una buena aliada para desperezase y acabar de abrir los ojos. Que bien sienta el agua cayendo por encima en una fría mañana de enero. Dan ganas de quedarse bajo el agua horas, remoloneando bajo esa cascada de agua caliente, otro de mis vicios mañaneros.
Nada más sentir que doy los primeros pasos por las escaleras, mi madre siempre pone el café en la mesa. No acostumbro a desayunar otra cosa que no sea café. Mi estómago no acepta comida hasta llevar un par de horas deambulando por el mundo.
—Buenos días cariño, ¿qué tal has dormido? —me dijo mi madre mientras se acercaba para darme dos besos.
—Bien mamá, ya sabes lo que me cuesta madrugar. ¿Se acostó ayer muy tarde papá? ¿Cuántas veces has tenido que levantarte hasta conseguir arrastrarlo a la cama?
—Bueno… ya sabes cómo es tu padre, en ese sentido sois iguales, no hay quien os lleve a la cama ni a tiros.
 Acabó de servir el café y se sentó a mi lado para contemplarme desayunar mi mítico café con leche.
—¿De verdad no quieres comer nada? He ido temprano a la panadería y te he comprado unas empanadillas para el viaje.
—No mamá, gracias, ya sabes que a mí por las mañanas no me entra nada.
Era una pelea que teníamos desde que iba al instituto hacía ya más de 20 años. Nunca entendió como mi estómago todavía podía tardar más en despertar que yo. Así que siempre procuraba comprar algún bollo o alguna chuminada para el camino por si me atacaba el hambre.
Tomé tranquilamente el café y justo cuando me disponía a coger los bártulos para cargar el coche, apareció el fantasma de mi padre por el pasillo. Tal cual había dicho mi madre, mi padre y yo en ese sentido éramos iguales. Que poco nos gustaba madrugar. Mi padre también es un ave nocturna, acostumbrado a acostarse tarde y dormir poco. Así que como digo, con ojeras bajo los ojos, la barba de dos días, sin afeitarse y en pijama… ¡Un fantasma en el pasillo!
—Bueno nano, vete con cuidado y llama cuando llegues o escríbeme un whatsapp —dijo mi padre con los ojos no sé si medio abiertos o medio cerrados.
Me fundí en un abrazo con mis padres. Mi madre me llenó la cara de besos (con los ojos a punto de desbordar un manantial de lágrimas). Cogí el equipaje y el avituallamiento que me había preparado mi madre y me dispuse a empezar el viaje de tres horas y media de retorno a mi casa.

Estaba aún oscuro cuando salí con el coche del garaje. Había llovido durante toda la noche y se reflejaba en los charcos la luz de las farolas que aún estaban encendidas. Las calles estaban desiertas, tan solo se veían los faros de algún coche, alguien tan madrugador como yo que saldría de viaje o acudía muy temprano a su trabajo.
Encendí un cigarrillo y puse música en el Parrot para que me hiciera compañía. Según iba pasando por las calles venían a mi memoria los recuerdos de mi época de estudiante. Me veía a mí mismo andando por aquellas calles con los libros bajo del brazo. Las mismas calles, las mismas farolas, con el día un poco más avanzado, pero era la misma imagen que conservaba en mi memoria. Se habían cerrado algunas tiendas y abierto otras tantas. El pueblo había crecido mucho en los últimos años, pero aquellas calles seguían siendo las mismas que en mi juventud. Veía un yo mucho más joven, allá a finales del siglo pasado. Como suena eso, todavía me considero una persona joven, pero decir: «mi juventud, mi adolescencia, cuando era joven a finales del siglo pasado», hace que empieces a pensar que el tiempo pasa, que sin querer y sin darte cuenta te haces mayor. A veces piensas y dices, «joder, ya han pasado más de 20 años de esto». En cualquier momento tendré que detenerme a pensar y hacer un balance de lo que ha sido mi vida hasta ahora.
Habían pasado más de quince años desde que me había ido de allí, los recuerdos de mi infancia se apelotonaban en ese instante en mi cabeza. Cuando era niño no había los avances tecnológicos que hay hoy en día. Los niños jugábamos en la calle. Jugábamos a la pelota, al escondite, hacíamos trastadas. En mi pandilla de la infancia, solo había un amigo que tenía consola, una muy básica, nada comparable a las de hoy en día. Muy de vez en cuando quedábamos para ir a su casa a merendar y a jugar. Imagino a cualquier niño de hoy en día con aquella consola de juegos, se aburriría casi antes de empezar a jugar. Los ordenadores que había eran muy rudimentarios, los juegos tardaban una eternidad en cargar, eso si llegaban a cargar a la primera. Así que nuestras tardes eran juegos en la calle, hasta que empezaba a caer la noche, nuestras madres salían a la ventana y te llamaban a gritos para que subieras a cenar.
Busqué en el Parrot una canción, Cassandra, de un grupo noruego que no hacía mucho tiempo había descubierto, Theater of Tragedy. Una banda de metal gótico que se caracteriza por el contraste de una voz grave masculina con una voz de soprano femenina. Siempre he sido un poco diferente en cuando a gustos musicales. Me van las rarezas, la música genuina, los contrastes, las fusiones. Esta canción en especial, a pesar de ser una canción que a la mayoría de la gente le parecería triste, en mi consigue un efecto contrario, hace que mi cabeza se centre en los sonidos y se evada del mundo terrenal para llegar a un punto en que mi cerebro empieza a funcionar, a divagar, o a concentrarse en un pensamiento concreto.
Quería abstraerme. Así que le di al play, empecé a escucharla mientras veía las últimas casas del pueblo desaparecer en el retrovisor del coche. Dejé que mi mente viajara en armonía con la música que sonaba, perdiéndose en algún pensamiento inocuo. Recordé lo que había leído el día anterior sobre von Braun, que se había enamorado de las posibilidades de la exploración espacial a través de las novelas de Julio Verne y H. G. Wells. Dejé vagar mi pensamiento hacia aquellas novelas que también había leído en mi infancia. 20.000 leguas de viaje submarino, Cinco semanas en globo, Viaje al centro de la tierra, La vuelta al mundo en ochenta días, Los hijos del Capitán Gran. Me encantaba Verne cuando era niño. No porque yo me imaginara haciendo viajes interplanetarios, si no porque me atrapaban sus libros de aventuras. Los fines de semana, en invierno, cuando el tiempo no acompañaba para salir a jugar a la calle, rebuscaba entre los libros de mi padre, subía a la buhardilla con un libro de aventuras y me sentaba bajo la ventana del tejado en el viejo sofá a leer durante horas.
Por aquel entonces no entendía porque mi padre siempre decía de Verne que era un visionario para su tiempo. A decir verdad, un niño en la década de los 80, donde ya se habían hecho realidad parte de los libros de aventuras y de ciencia ficción de Verne, le resultaba difícil pensar de ese modo, pero claro, un siglo antes, cuando apenas había coches, los barcos funcionaban con motores de vapor, pensar en algo así…
Entre esos pensamientos, y otros parecidos, una fina capa de lluvia y la música que sonaba por los altavoces de mi coche, fueron pasando los kilómetros bajo las ruedas hasta llegar a mi destino.

Aquella mañana, a pesar de ser domingo, tenía una reunión con mi socio y un nuevo cliente. Nos dedicábamos a la reforma y decoración de interiores en pisos particulares o locales: restaurantes, cafeterías, clínicas... Este cliente en concreto estaba pensando en montar una cadena de cafeterías. Primero en la ciudad y con posibles opciones de expansión a otras. Si cerrábamos el trato con él era un negocio seguro, un cliente potencial.
—¡Buenos días Álex! me dijo mi socio nada más verme aparecer—. Que mala cara traes, ¿no has dormido bien o qué?
—Más que bien he dormido poco —le contesté—, he ido a pasar la semana a casa de mis padres y vengo directamente desde allí. Sabes que los madrugones no son lo mío.
—Ya. Bueno. Al menos espero que traigas la cabeza despejada y llena de ideas para la reunión.
Nos habíamos conocido tres años atrás. Durante la reforma del piso de un amigo mío. Él sabía de mi buen gusto y me había pedido que le echara un cable con la reforma. Mi socio, Dani, era el que se encargaba de las obras. Desde el primer momento hicimos buenas migas. Al acabar de reformar el piso, un día me propuso un negocio.
—Bueno Álex, me gusta tú criterio, tu forma de ver las cosas. Tienes buen ojo para el interiorismo. Quiero proponerte una cosa a ver qué te parece. Un negocio. Que trabajemos juntos.
—No sé que decirte Dani. Yo no tengo ni idea del negocio de la construcción —le contesté un tanto sorprendido.
—No importa que no tengas mucha idea, tienes buen gusto, eso es lo que necesito. El tema de las obras es cosa mía. Tal y como están las cosas hoy en día, la gente se decide más por pequeñas reformas, obras sin tener que hacer grandes desembolsos de dinero. He visto con que poco has hecho del piso de tu amigo un hogar muy acogedor. Eso es lo que busco.
—Ya, pero no sé…
—Escucha, sé que para ti puede ser algo Nuevo, te parecerá una locura. Pero no te pediría que te metieras en algo así si no lo viera con claridad. Tengo otro —socio” que se dedica a darme trabajos y reformas. Él es el contratista, y yo ejecuto las obras. Si tú quisieras trabajar conmigo podríamos hacer pequeñas grandes cosas. Yo me encargaría de ejecutar las obras y plasmar tus ideas. Tú aportarías las ideas y te encargarías de comprar los materiales. ¿Qué me dices? ¿Socios?
Ya habían pasado tres años desde aquella. Tres años en los que habíamos empezado con pequeñas reformas en pisos particulares. Poco a poco el negocio se había ido incrementando hasta hacernos un hueco en el mercado. Incluso alguna vez llegamos a correr el riesgo de comprar algún inmueble ruinoso, hacer como decíamos nosotros: «una pequeña reforma a fondo», y posteriormente venderlo como nuevo ganando un buen pico.
—Descuida, traigo la cabeza despejada después de unas pequeñas vacaciones. Puede decirse estoy en blanco.
—¡¿En blanco?! Vamos, no me jodas Álex –me dijo alarmado mi socio—. ¿Sabes lo importante que es esta reunión para cerrar el trato y tú te presentas con la cabeza en blanco?
—Vamos Dani, tranquilízate, sabes que en blanco es como empiezan a fluir las ideas en mi cabeza. De la nada siempre sale algo. Tú deja que las cosas sigan su cauce. Dejemos que nuestro cliente hable, exponga sus ideas y luego saldrán las mías.
—No sé… no sé… sabes que este es un negocio suculento, que no se trata de un local, tiene la idea de invadir la ciudad con sus locales.
—Por eso necesitamos que sea el quien hable. Que nos exponga lo que quiere. Que nos de un hilo del que tirar y llenar ese blanco de una gran cantidad de colores. Confía en mí.
 Después de cuatro horas de reunión, de intercambio de opiniones e ideas, cerramos el trato con un apretón de manos y dejamos que el cliente escogiera el restaurante para ir a comer los tres y celebrar el fructífero entendimiento.
 Al salir del restaurante me despedí de mi socio y de nuestro nuevo cliente disculpándome por el cansancio del viaje. Aquella misma noche había quedado con Diana y no tenía mucho tiempo. Mi cuerpo me pedía dormir y no quería caer a la merced del sueño. Debía ir a casa a echarme una siesta antes de ir a casa de Diana...


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Todo empezó después de la tormenta...

 

 Cuando salí de la autopista para tomar la solitaria carretera de la playa que me llevaría a casa de Diana, la tormenta arreciaba. Empezaba a llover con intensidad, los truenos y rayos estaban tan cerca que parecía estar en el epicentro de aquella mole eléctrica. Daba la sensación de que en cualquier momento un rayo iba a abrir en canal el asfalto. 

De repente pasó. Lo vi venir hacía mí. Imparable. Corriendo por la carretera a toda velocidad hacia el coche. Todos los músculos de mi cuerpo se tensaron. Mis manos se agarraron fuerte al volante. Sentía las pulsaciones de mi corazón oprimiendo mi cabeza. Mi cerebro se puso a funcionar a mil por hora pensando en como salir de aquella catástrofe. Bajé una marcha para que el motor cogiera fuerza. Di un volantazo a la derecha y aceleré a fondo para salir cuanto antes de la trayectoria de aquella poderosa descarga de electricidad estática que amenazaba con achicharrarme dentro del coche.

Me resultaba imposible abrir los ojos. La luz me molestaba. Intentaba abrir los parpados una y otra vez inútilmente. Oía voces a mi alrededor. Me resultaban vagamente conocidas. Intentaba prestar atención a lo que decían, se oían débiles y lejanas. Intenté decir algo pero de mi garganta no salió más que un sonido gutural.
—¡Álex! ¡Cariño! ¿Cómo te encuentras?
—¡Llama a los médicos! ¡Deprisa! ¡Parece que vuelve en sí!
—¡Álex! ¡Cariño! ¿Puedes oírme?
Aquellas voces me resultaban cada vez más familiares.
—¡Álex!
—¿Mamá? —pregunté sin estar seguro.
—¡Sí! Hijo mío. ¡Soy mamá! También está aquí papá, Dani y tu amiga Diana. ¿Cómo te encuentras?
—No lo sé mamá. No sé como me encuentro, estoy aturdido...

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