martes, 7 de febrero de 2017

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" Lo besó apasionadamente. Adoraba sus besos, la forma en que tenía de acercarse a ella mirándola a los ojos y sabiendo con certeza que harían el amor en cuanto la rozara. Primero buscaba sus manos, las tomaba entre las suyas y las guiaba hasta depositarlas sobre su poecho o su cintura. Después su mirada recorría el camino que más tarde harían sus labios, de sus ojos a su boca, y cuando al fin la besaba sus labios se elevaban por encima del suelo. Cuando él la besaba, percibía la pasión y la fuerza contenida de un titán, pero además sentía la ternura y el respeto del que besa a quien ama. (...) Él le pertenecía a ella y ella le pertenecía a él, y eso era un designio forjado mucho tiempo antes de ser siquiera una sombra de vida. Y sus besos eran el anticipo de lo que el sexo traería después. (...) El sexo con él era un baile, una danza para dos bailarines en la que ninguno de los dos tenía más relevancia que el otro. Él recorría su cuerpo arrebatado de pasión, pero sin prisas ni atropellos. Conquistando cada centímetro de su carne con manos hábiles y besos febriles que depositaba en su piel haciéndola estremecerse. Él conquistaba y se adueñaba de unos dominios de los que era el rey por derecho, pero a los que siempre regresaba con la misma reverencia de la primera vez. La dejaba ser ella, la elevaba junto a él sin dirigirla ni obligarla. Y ella sentía que nada más importaba. Sólo ellos dos."


De "El Guardián Invisible" de Dolores Redondo

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