“(…) extrajo
de su bolsillo un pequeño instrumento de bronce. Una brújula estropeada que le
regaló el último día que la vio sonreír… “Es la brújula que te ayudará a
encontrar tus sueños”, le dijo la niña… (…)”
“(…) pero
sabía muy bien porque su amigo seguía huyendo del amor. Seguía huyendo del amor
porque ya estaba enamorado. De un fantasma, eso era verdad, pero lo estaba.
Había perdido a su primer amor casi cuarenta años atrás. Después de tanto
tiempo, en el refugio de su dormitorio romántico seguía dándole las buenas
noches a su amante. Todas las noches.”
“(…) esa
misma noche, la última que los dos amigos pasarían juntos, cuando le afirmó que
había tomado la decisión de que quería vivir solo, le preguntó sin pensar: “¿Y
morir solo?” Su amigo no le contestó y este se arrepintió. Pero cuando
diecisiete años después le llegó la noticia de que ciento cincuenta carruajes y
más de mil personas habían acudido a darle su último adiós, lo recordaría como
entonces: en su paraíso romántico, al lado del fuego, sirviéndole un buen vino
a todos los amigos que durante años se pasaron y pasarían por allí, rodeado de
los tesoros de sus viajes y sus libros, como un expedicionario que ya había
cumplido con la Historia (…)”
“(…) y por eso también
recordé que yo era la prueba viviente de que un ser humano podía enfrentarse a
su propio sino. Reescribirlo, burlarlo… Por eso he vuelto. Porque algo cambió
en mí en este lugar. Algo que modificó lo que era y me convirtió en lo que ve
hoy. (...)”
"
- Entonces déjame saltarme esta página... Yo soy la lectora de este
cuento y decido saltarme por lo menos esta página. Dejemos las fantasías
en territorio de la fantasía por una noche, y que no se digan nada más.
Que sean libres por unas horas... Y que la niebla se encargue de
borrarlo todo al día siguiente."
De “La leyenda de la isla sin voz”
de Vanessa Montfort
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