martes, 21 de abril de 2015

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“(…) extrajo de su bolsillo un pequeño instrumento de bronce. Una brújula estropeada que le regaló el último día que la vio sonreír… “Es la brújula que te ayudará a encontrar tus sueños”, le dijo la niña… (…)”


“(…) pero sabía muy bien porque su amigo seguía huyendo del amor. Seguía huyendo del amor porque ya estaba enamorado. De un fantasma, eso era verdad, pero lo estaba. Había perdido a su primer amor casi cuarenta años atrás. Después de tanto tiempo, en el refugio de su dormitorio romántico seguía dándole las buenas noches a su amante. Todas las noches.”


“(…) esa misma noche, la última que los dos amigos pasarían juntos, cuando le afirmó que había tomado la decisión de que quería vivir solo, le preguntó sin pensar: “¿Y morir solo?” Su amigo no le contestó y este se arrepintió. Pero cuando diecisiete años después le llegó la noticia de que ciento cincuenta carruajes y más de mil personas habían acudido a darle su último adiós, lo recordaría como entonces: en su paraíso romántico, al lado del fuego, sirviéndole un buen vino a todos los amigos que durante años se pasaron y pasarían por allí, rodeado de los tesoros de sus viajes y sus libros, como un expedicionario que ya había cumplido con la Historia (…)”

“(…) y por eso también recordé que yo era la prueba viviente de que un ser humano podía enfrentarse a su propio sino. Reescribirlo, burlarlo… Por eso he vuelto. Porque algo cambió en mí en este lugar. Algo que modificó lo que era y me convirtió en lo que ve hoy. (...)”

" - Entonces déjame saltarme esta página... Yo soy la lectora de este cuento y decido saltarme por lo menos esta página. Dejemos las fantasías en territorio de la fantasía por una noche, y que no se digan nada más. Que sean libres por unas horas... Y que la niebla se encargue de borrarlo todo al día siguiente."

De “La leyenda de la isla sin voz” de Vanessa Montfort

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