miércoles, 18 de abril de 2012

[tormenta de verano]




Ocurrió una noche de verano, después de una tormenta. Se había ido la luz, mi casa estaba completamente a oscuras, sabía que la luz no regresaría hasta al amanecer, por lo que decidí irme a la cama. Subí las viejas escaleras de madera a ciegas, entré en mi habitación con cuidado de no tropezar. Al meterme en la cama noté un bulto, por el olor enseguida me di cuenta de que se trataba de una mujer... ¿Cómo demonios había llegado allí?

Extendí mi mano hacía ella, me encontré con su terso vientre bajo las yemas de mis dedos. Al notar el contacto cogió mi mano con la suya, la acarició, y la deslizó por su cuerpo hasta que encontrarme con sus pechos...

Su otra mano, suntuosa, comenzó a deslizarse por mi espalda, suave, cariñosamente… Sus caricias me despojaron de la camisa dejando mi pecho desnudo. Sus besos llegaron a mi piel, a mi cuello… Me inclinó hacia ella, hasta sentir su cuerpo desnudo, hasta sentir su cuerpo rozando el mío, hasta notar como sus pezones me rozaban, me acariciaban... Sus besos se tornaron mordiscos. Su mano se perdió dentro de mi pantalón. Noté como mi virilidad se volvía grande y dura, como comenzaba a tener vida… una enorme vida de deseo…

Me tumbó sobre la cama, boca arriba… Comenzó a recorrerme con su boca, con sus manos, con sus pechos… ¿Quién sería aquella misteriosa mujer con la que tantas noches había soñado?

Me quitó los zapatos. Y poco a poco, entre beso y beso, hizo lo mismo con mis pantalones. Besuqueó todo mi cuerpo con sus labios carnosos. Besos que me hacían estremecer. Besos húmedos acompañados de suaves mordiscos y sensuales lametones con los que alcanzó mi miembro… erecto, crecido, grande, duro… Lo sujetó dulcemente con su mano y lo introdujo en su boca mientras rozaba sus pechos en el interior de mis muslos, lo cual hacía que me estremeciera infinitamente. Comenzó un suave ascenso recorriendo de nuevo mi piel con sus labios, con roces de sus pezones hasta colocármelos en la boca y, sujetando sus pechos con ambas manos, me obligó a que me los comiera… primero uno… después el otro…

Se tumbó sobre la cama, a mi lado. Con sus manos sujetándome por la cintura me obligó a ponerme encima de ella, entre sus piernas que permanecían abiertas, muy abiertas para mí… todas para mí. Toda ella para mí. Cogiéndome por las nalgas me obligó a un nuevo movimiento, me obligó a penetrarla, suave y delicadamente, sintiendo como su cuerpo húmedo me deseaba… Suspiros en mi oído... algo desorbitante… indescriptible mediante palabras. Notó como el apéndice duro de mi cuerpo cada vez penetra más en el suyo, marcando con sus manos el ritmo de fuertes embestidas, cada vez más fuertes… cada vez más adentro. Sus suspiros se tornaron jadeos enardecidos por la pasión. En ese momento deseo que haya luz, un mínimo de luz que me permita ver su rostro, sus ojos, su expresión… cada vez apretando más mis nalgas contra ella… A cada empujón noto como sus uñas se clavan en mi espalda, como me arañan. Sus movimientos… sus jadeos… su deseo… sin mediar palabra… todo una auténtica locura de placer…

Truenos a lo lejos, vuelve la tormenta, la excitación es máxima. Débiles resplandores de los relámpagos iluminan levemente la habitación, insuficiente para alcanzar a verla. La tormenta se acerca, se encrudece, se intensifica del mismo modo que nuestros movimientos…

Me vuelca sobre la cama y ahora manda desde arriba, moviéndose instintivamente agitada por el placer. La tormenta sigue creciendo, como el deseo. Su cuerpo se estremece enormemente, como si estuviese a punto de tocar el cielo. Un gran rayo ilumina toda la habitación en el momento que los dos llegamos a vibrar. Veo ahora tu rostro lleno de placer. Veo tus ojos mirando a los míos. Veo tu cara de deseo, como me deseas…  como en ese momento te pertenezco y tú a mí…

Amaina la tormenta y caes rendida sobre mí. Nuestros cuerpos sudorosos son tan solo uno. Entramos los dos, unidos, en un profundo sueño. Un profundo sueño del que espero no despertar jamás. Espero dormir eternamente a tu lado… en este sueño…


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