martes, 17 de abril de 2012

[promesa]



Esto que voy a contar sucedió hace muchos años, muchos… era joven aún, gozaba de buena salud pese a que la suerte hacía tiempo me había abandonado. Vivía en mi mundo. En un mundo rodeado de libros e historias que me hacían olvidar mis propios pensamientos, mis problemas y mi propia vida. Leer me abstraía, me evadía de tal manera que pronto, en mi austera soledad, me reencontré conmigo mismo. Dejé mis problemas atrás, mis infinitos problemas. Logré olvidar mi tormentoso pasado. Vivir el presente sin pensar en un futuro. Vivía sin sentir, sin padecer…

Un día, mejor dicho, una noche. La conocí a ella. Un encanto de mujer. Una maravilla de persona. Con un corazón que no le cabía en el pecho. Ella consiguió abrir mi mente y mi corazón de nuevo. Que volviera a confiar. Consiguió que volviera a sentir. Que tuviera nuevamente ganas de vivir. Supo escucharme. Supo entenderme. Supo valorarme. Supo verme tal y como era…

La atracción… el deseo… los sentimientos… afloraron en ambos. La pasión… La necesidad de ella era infinita. Así como la de ella por mí.  Pasábamos horas juntos, horas que se nos hacían escasas… charlando… riendo... nuestros momentos...

Me gustaban sus ojos, me atraía su físico, deseaba su cuerpo, anhelaba sus labios… me enamoraba su forma de pensar, de ver las cosas. Todo en ella me volvía loco… era vivir un sueño hecho realidad…

Pero como todo lo bueno en mi vida no podía durar. Un día decidió irse de mi lado diciendo que quizás algún día, en algún sitio, quizás… en un futuro.  Tiempo atrás había prometido cuidarme, y a pesar de haberle condenado su promesa, quiso mantenerla firme. Pero para que engañarnos, un nuevo sueño roto. Otro golpe de la vida. Y por la vida me dejé llevar, estaba cansado… tan harto de luchar contra corriente... Me dejé ir con la marea del destino, a donde me llevase, arrastrado por las aguas.

Me abandoné al destino, abandoné mi vida, mi trabajo, todas mis cosas y me eché al camino. Viajé…  Viajé por toda Europa, viajé por todo el mundo. De vez en cuando teníamos noticias el uno del otro, vagas, escasas, sin decir gran cosa de nuestras vidas, no podíamos ser amigos, saber el uno del otro nos dolía… hasta que un día se hizo el silencio y ya no supe más.

Pasé largos años de mi vida errando por el mundo, sin rumbo, de aquí para allá, sin encontrar un sitio... mi sitio... con ella en la cabeza. Vagabundo cruel del destino. Un día decidí volver a casa. Decidí volver y buscarla.

Seguía siendo presa de la mala suerte que me acompañaba. En su casa no logré hallarla, se había ido. Me propuse encontrarla aunque tuviera que rebuscar bajo las infinitas piedras. Aun sin saber por dónde empezar. 

Un día, no recuerdo donde, tan solo que era una tarde de primavera, de una calurosa primavera, estaba sentado en un parque, los rayos del sol radiante atravesaban las hojas de los naranjos inundando el ambiente con su olor, su fragancia. Aprecié a lo lejos una hermosa mujer, esbelta, con una larga melena morena, de tez oscura y llamativos ojos. Destacaba entre las gentes como una princesa. Mi corazón dio un vuelco, latía intenso, casi no cabía dentro de mi pecho. Era ella. Me acerqué despacio. Mi aspecto físico había cambiado en los últimos tiempos y temía que no me reconociese. Por unos momentos me miró fijamente. Al rato vi como sus labios pronunciaban mi nombre. El viento trajo hasta mis oídos las notas con una melodía de su voz entonando mi nombre. No sabía cómo reaccionar tras haber oído aquella sinfonía, ¡me había reconocido! ¡me estaba llamando! ¡se acordaba de mí! ¡no me había olvidado después de tanto tiempo! Me eché a caminar a su encuentro... ilusionado… con ganas de abrazarla… y besarla… Ella se agachó, abrió sus brazos y un pequeñín que corría hacia ella, de unos cuatro años, se lanzó a su cuello. Se dio media vuelta, pasó su brazo por encima de la criatura y con el otro abrazó a otro hombre. Se fueron caminando por el parque, los tres juntos, abrazados, en familia… Ni siquiera me había visto.

Hoy, muchos años después de aquello, solo Dios lo sabe exactamente, puesto que mi alma desde aquella calurosa tarde de primavera embriagada por el azahar, vaga aún indómita en aquel frondoso paraje, y aquí, en mi soledad, me pregunto que será de aquella mujer, de aquella mujer que en su día robó mis pensamientos con sus palabras y sus caricias… que se adueñó de parte de mi vida. De mí no se había olvidado, de eso estoy seguro, aquel pequeñín con mi nombre… en cierto modo había cumplido su promesa… de algún modo cuidaba de mí…


No hay comentarios:

Publicar un comentario