miércoles, 19 de diciembre de 2018
miércoles, 21 de noviembre de 2018
MicroRelato...
Me seduciste porque en todo momento pasaste de mí,
y en el último instante, justo cuando te marchabas,
levantaste la mirada mostrándome tu sonrisa.
lunes, 12 de noviembre de 2018
MicroRelato...
Tonteabas con todos, pero solo a mí me sonreiste...
y me gustó ver tu sonrisa en esa mirada....
domingo, 11 de noviembre de 2018
sábado, 10 de noviembre de 2018
martes, 30 de octubre de 2018
MicroRelato...
Cada mañana se miraba en el espejo. No le gustaba su reflejo, no era la sombra de lo que un día había sido. Había perdido hasta la dignidad. No le quedaba más que la muerte.
Un día, un brillo en sus ojos le dijo que aún estaba vivo, y sonrió.
Un día, un brillo en sus ojos le dijo que aún estaba vivo, y sonrió.
#CertamenRelatoBreve
@VíasLiterarias
miércoles, 26 de septiembre de 2018
Entrevista en: Once Once, La hora maestra
Con Fernando Corta y Jesús Fersán
En el restaurante La Palomita
en San Lorenzo del Escorial.
Onda Leganés
lunes, 17 de septiembre de 2018
sábado, 15 de septiembre de 2018
[el sueño de ongombo]
Habían pasado ya varios años, Ongombo
seguía teniendo el mismo sueño casi cada noche. Se despertaba sobresaltado,
casi siempre a la misma hora, las 5:30 de la mañana. Hora en la que la barcaza
que lo transportaba a Europa tocaba tierra en las costas gaditanas y, con un
último gran esfuerzo, bajaba de ella mientras sus pies se hundían en la arena
de la playa y caía de bruces al agua, sus rodillas ya no eran capaces de
soportar el peso de su escuálido cuerpo. Era la última de las penurias que
pasaría en su aventura por alcanzar una vida mejor, y en aquel mismo momento,
la muerte podría ser para él esa vida.
Como casi cada noche que la
pesadilla lo atenazaba, Ongombo, no podía respirar bajo el agua y eso lo
angustiaba. Cada noche la agonía era la misma y se asfixiaba con sus propios
sollozos. Y cada noche, cuando casi ya no podía más, la misma mano tiraba de su
raída camiseta despertándolo de aquel sueño.
—¡Muchacho,
tranquilo, ya estás a salvo! —aquellas palabras seguían resonando todavía
en su cabeza. Fueron las últimas palabras que Ongombo escuchó antes de
desmayarse en los brazos de aquel guardia civil que lo sacó del mar.
La pesadilla de su vida aún no
habría terminado, pero lo peor había pasado. La huida a toda prisa de su aldea
en plena noche, disparos, gritos, chozas en llamas… Aún recordaba como su padre
era degollado por un soldado mientras otros violaban a su madre y a sus hermanas.
Ongombo no podía dejar de mirar atrás, sufría por su familia. Su hermano mayor,
Kumb, tiraba fuertemente de él con una mano mientras que con la otra le hacía
señas para que no gritara y continuará corriendo. Ya nada podían hacer por
ellos, solo seguir adelante y ponerse a salvo. Aquel recuerdo quedaría grabado en
su retina el resto de su vida. Los ojos de su padre saliéndose de las orbitas
mientras el machete, completamente oxidado de aquel hombre, le rajaba el
gaznate… jamás olvidaría como, de rodillas, estiraba los brazos intentando
ayudar a su madre y hermanas antes de caer sin vida en aquel árido suelo tiñendo
la arena de rojo. Por muchos años que pasaran, jamás podría olvidar el terror
que había padecido aquella noche.
No recordaría nada más de su viaje
hasta alcanzar la costa española. El shock había sido tal, que se había dejado
arrastrar como un zombi por su hermano, hasta que una noche cualquiera, oscura
y sin luna, se ahogaba en apenas un palmo de agua. La hambruna y el calor
sofocante; las llagas en sus pies descalzos cruzando el desierto; las palizas,
las vejaciones y las humillaciones sufridas por el camino, todo eso había sido borrado
de su memoria, nada recordaba.
Cada vez que aquel sueño lo
visitaba, siempre a la misma hora, Ongombo volvía a ser el mismo niño de 12
años que huyó en silencio de su hogar. Se despertaba empapado en sudor y con la
piel de gallina, con mares de lágrimas brotándoles de los ojos. Le resultaba
imposible volver a conciliar el sueño. Era entonces cuando cogía sus libros de
medicina y estudiaba. Se había prometido así mismo en infinitas ocasiones
volver algún día a África, hacer de su antiguo hogar un mundo mejor, quería que
otros niños pudieran tener una oportunidad sin pasar aquel infierno.
De pequeño, en su poblado, había ido
a la escuela con el padre Manuel y la hermana Margarita, un viejo jesuita y una
monja de los que apenas se separaba. Era un chico muy curioso y le encantaban
los libros. Con los misioneros había aprendido a leer y a escribir. Casi hablaba
un perfecto castellano, lo cual le facilitó mucho las cosas a su llegada a
España.
«—¿Qué habría sido de ellos?» —Se preguntaba a veces—,
«¿habrían muerto aquella noche con el resto de su familia y amigos?».
Jamás lo averiguaría.
Actualmente vivía con una familia de
acogida que le había abierto las puertas de su casa y de su corazón. Tras largos trámites burocráticos, Ongombo, ahora tenía una nueva familia, unos padres y dos hermanos
blancos que contrastaban con la negrura que había anidado en su interior. En
España había tenido de todo, ropa, zapatos, juguetes, libros, amigos... No le
faltaba de nada, sus padres adoptivos se habían volcado en él y en darle una
vida digna. Había estudiado, jugado al fútbol, había viajado por toda Europa.
Pero aun así, su corazón seguía en África; con su verdadero padre, con su
madre, con sus hermanos… Y allí quería regresar desde el día que burló a la
muerte. Todo su mundo había desaparecido. Amaba el lugar del que nunca le
hubiera gustado marchar.
Ya no era el niño que abandonó su
aldea en mitad de la noche huyendo del horror. Se había convertido en un
hombre de 27 años, alto, fuerte y esbelto. Era una persona noble. Levantaba
pasiones entre sus compañeras de facultad. La tímida y blanca sonrisa que
contrastaba con el color de su piel, la melena rizada cayéndole sobre los
hombros… la suma de estos factores, junto con su gran inteligencia, lo hacían
muy atractivo.
Después de tanto sacrificio, a lo
largo de su corta vida, ahora se vería recompensado. Había acabado su carrera
de medicina y, en apenas unos días, cumpliría su verdadero sueño. Regresaría de
nuevo a su antiguo hogar donde en otro tiempo había sido feliz. Regresaba a su
añorada África. Regresaba con los bolsillos repletos de ilusión, quería construir
ese mundo mejor. Sabía que no iba a ser fácil, más bien todo lo contrario, iba
a ser duro, muy duro. Pero regresaba con la esperanza de poner fin a las
pesadillas de los que para él eran sus hermanos de sangre. A tantas como le fuera
posible.
miércoles, 22 de agosto de 2018
Prólogo: Cuando hablo en silencio...
Cuando hablo en siencio...
[prólogo]
Cuando
hablo en silencio es
un libro donde predominan los pensamientos del autor y algunos relatos. En su
índice nos estructura sus pensamientos en: cálidos, oscuros y sofocantes.
Nos engancha con pequeñas
dosis, a excepción de los tres relatos, son pensamientos breves, cargados de
intensidad. Esa brevedad es un buen recurso para atrapar al lector, ocupado la
mayor parte del día, y permitirle la posibilidad de leer en comprimidos, tomar
aire y contagiarse de ese estímulo para seguir adelante con las complicaciones
que la vida nos presenta.
Creo que es un libro
necesario, sobre todo para las personas que sufren, porque el autor, desde su
experiencia con el dolor, nos ofrece una inyección de optimismo y esperanza. El
color de la portada ya nos da indicios del mensaje que inunda la obra: claridad
y alegría para superar la oscuridad que nos atenaza en tantos momentos.
Esta obra nos anima a
tomar fuerza desde la naturaleza y nos muestra el poder de la literatura. Desde
su propia superación de la tristeza con la lectura, y posteriormente con la
escritura, nos descubre en la página en blanco a su nueva amiga. Nos muestra su
bálsamo sanador como una droga:
“La literatura es una droga de fácil
adicción…
como empieces a leer te engancha…
como
empieces a escribir, estás perdido”.
El autor agradece, tanto a
los lectores como a sus compañeros de pluma, poder pertenecer al mundo de la
literatura que le ha convertido en alguien dichoso.
Las páginas del libro
destilan sensualidad, altas dosis de erotismo y una mano que nos acompaña en
todo su recorrido para liberarnos de las tinieblas que nos amenazan. Sin
embargo, podemos observar, en los únicos tres pensamientos oscuros que incluye,
qué tras esos instantes de oscuridad, mana, de nuevo, la luz con esa
maravillosa velocidad que posee, cargándonos, una vez más, de fuerza y
entusiasmo.
“La
tristeza… un sentimiento que ya no tiene cabida en mi interior…”
“Pero, como siempre,
mañana… con las primeras luces de una nueva primavera… ¡resurgiré de mis
cenizas!”
Este no es un libro común.
No es un manual de autoayuda, sin embargo, desde la primera página sientes una
mano que te ofrece consuelo y amparo, y unas letras que te muestran un sendero,
amable y cálido, recorrido previamente por el autor, durante días de luz y
otros de tormenta. Es un libro que no puede dejar indiferente al lector porque
cada renglón huele a humanidad y comprensión.
Victor M. Sanjurjo habla
al silencio y se lo cuenta al papel, involucrando todo un mundo sensorial desde
sus cálidas manos. El silencio de Víctor no nos invita a soñar, hace algo
mejor: nos despierta.
Y nos seduce:
“Y
me voy… y tú vienes conmigo”
Imposible no dejarse llevar porque…
“Todos
viajamos en un mismo tren… sin destino”
Charo Bernal Celestino
Autora
de novela y poesía
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