martes, 10 de enero de 2017

Juan y la rosa...

"Juan se sentía solo, volvía a casa, y el silencio era lo único que lo esperaba. Estaba triste, Juan estaba sólo, muy sólo. Y tuvo una idea:
 
- Compañía, eso lo que necesito, compañía. Y alegre se puso a pensar que tipo de compañía.

De chico le habían dicho que lo ideal para compañía era una rosa. También le habían advertido que las rosas tenían espinas y qué si uno no era cuidadoso, en vez de disfrutar el placer de mirarlas, tocarlas y oler el perfume que emitían, podía terminar lamentándose todo el día de que la rosa era mala, que cada vez que uno se acercaba lo pinchaba a propósito con sus espinas, y otras tantas advertencias del mismo género.

Pero para Juan el riesgo valía la pena. Quería una rosa y salió a buscarla. Y cuando uno busca siempre encuentra lo que busca.

Así Juan salió decidido a la calle y, oh casualidad, a la vuelta de la oficina donde trabajaba la vio, estaba ahí, delante de sus ojos, como había estado ella durante meses esperándolo y mirándolo cada vez que él pasaba, pero nunca habían cruzado las miradas. Esta vez Juan estaba decidido a ser feliz, se acercó directamente a ella, tan directamente que la hizo temblar.

Juan la miró, y quedó totalmente embriagado y envuelto por su perfume. Juan estaba enamorado. Luego de un rato de pleno éxtasis Juan se decidió, entró en la tienta y preguntó.
 
- ¿Cuánto cuesta?
 
- Tres euros -contestó el vendedor de flores sorprendido por la pregunta tan imprevista, pues ni siquiera le había dicho buen día, y agregó ya recompuesto-  Con seis euros más se lleva esta hermosa maceta de cerámica.
 
A los pocos minutos Juan salía feliz del negocio con María, pues así le había puesto de nombre a la rosa. María salió alegre a la calle, en los brazos de Juan y vestida con su hermoso vestido de maceta roja.

Juan llegó a su casa, puso a María en el mejor lugar, donde podía recibir la luz de la mañana. Guardó el comprobante de compra de la rosa y finalmente se sentó a su lado. El resto de la tarde se deleitó mirándola y sintiéndola.

Los primeros días fueron realmente una “Luna de Miel”. Por las noches Juan llevaba a María al dormitorio para tenerla al alcance de su mano.

La luna de miel entre ellos duró poco.

Una noche Juan, entre sueños, acercó su mano para acariciar a María, y de pronto noto un dolor intenso, y una gota de sangre salió de su dedo índice. María, con sus espinas lo había pinchado. Sintió que el dolor pasaba, pero volvieron a su mente las advertencias: cuidado con las rosas, cuando tú quieres brindarles amor ellas te hacen daño intencionalmente con sus espinas.

Al día siguiente, Juan, se olvidó de ponerle agua en la maceta a la Rosa, también se olvidó de ponerla al sol, y así hizo los siguientes tres días.

Fue el sábado cuando al entrar al dormitorio la vio. María estaba triste. Sus pétalos, antes hermosos, estaban caídos sobre la mesa. Su tierra reseca.
 
Juan sorprendido por la actitud de María, buscó la factura de compra, pues tenía anotado el teléfono de la floristería y llamó para reclamar.
 
- ¿Qué problema tiene con la planta que le vendí? -preguntó el vendedor- ¿Qué no la riega, ni la pone al sol desde hace tres días?

Juan se disculpó por su ignorancia y se puso a regar a la rosa. Pero no podía evitar recordar con dolor lo que ella le había hecho: le había hecho daño cuando él se acercó. Y comenzó a regarla hasta inundarla de agua, mientras pensaba:

- Voy a regarte bien, así no te riego más en toda la semana. Voy a dejarte al sol, así no necesito moverte.
 
Y se fue a hacer otras cosas, sus cosas, las que eran realmente importantes para él.

María siguió perdiendo pétalos. Ya no emitía ningún perfume, ya no sentía la energía y la palabra de Juan, y María se dejaba morir.

Pasaron otros tres días y Juan fue a un cine, sólo. Durante la película vio una escena que lo conmovió. De pronto apareció la imagen de María ante sus ojos con sus pétalos caídos. Juan sintió, en el fondo, que María se moría de pena. Se dio cuenta de que la amaba, que extrañaba sus formas, su tersura, su perfume, y Juan salió a la carrera del cine y volvió a su casa.
 
Encontró a María desfalleciente. La tomó entre sus manos, sacó de la maceta el exceso de agua. Le habló durante casi toda la noche del amor que le tenía.

A la mañana la puso al sol, le agregó un poco de fertilizante y, así, la cuidó en su convalecencia que duró casi un mes.

Al mes María estaba radiante y enamorada como siempre. Ese día Juan cogió el comprobante de compra y rompiéndolo en mil pedacitos le dijo a María:

- Alguna vez creí, equivocadamente, que porque te había comprado y puesto el comprobante de compra bajo la maceta que podía decirte ‘soy tu dueño, y no te riego’. Hoy, en cambio, me he dado cuenta de que nuestra relación se sustenta en el amor diario que nos podamos dar; en que yo te riegue todos los días con mi amor, mientras tú me llenas con tu hermoso perfume, tu tersura y tu compañía. Que todos los cuidados que yo te haya dispensado en el pasado, vivirán siempre como un maravilloso recuerdo, pero que no son suficientes para el día de hoy, y que a partir de hoy, para poder disfrutar de ti, te seguiré regando día tras día. Además tendré presente que si me encuentro con tus espinas, puede ser que parte de la culpa sea mía por no saber acercarme a ti."

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